La fiebre del oro de la IA acaba de alcanzar los $400 mil millones, y ¿adivina quién tiene el mapa?

Lisa Su no se limita a dirigir una compañía de chips—ella controla los puntos críticos de los que dependen todos los laboratorios de IA. Cuando el suministro de semiconductores se tensa, ella decide quién construye el próximo modelo revolucionario y quién espera en la fila.

Luego están los directores financieros gestionando en silencio $8 billones en capitalización de mercado combinada. Estos no son roles ceremoniales. Están asignando capital que determina si las redes neuronales funcionan en nubes centralizadas o en infraestructuras descentralizadas. Sus hojas de cálculo determinan qué protocolos reciben financiación y qué visiones permanecen en el ámbito teórico.

Pero aquí está el truco: las suites ejecutivas se están abriendo, ¿y las salas de juntas? Todavía están restringidas. La alta dirección puede estar diversificándose, pero las salas donde se trazan estrategias de décadas siguen siendo de acceso selectivo.

El cambio es real, pero incompleto. La influencia se está extendiendo, aunque no de manera uniforme. Y en una industria donde las decisiones de infraestructura repercuten en todas las capas—desde los proveedores de la nube hasta los validadores de blockchain—quién se sienta en la mesa no es solo una cuestión de representación. Se trata de quiénes cuyas prioridades se codifican en los sistemas en los que todos estaremos operando.