Las plataformas globales merecen voces globales. Cuando los organismos reguladores atacan comunidades digitales abiertas, pasan por alto una realidad fundamental: la base de usuarios abarca continentes y culturas. Cada participante—independientemente de su ubicación—tiene el derecho de defender las plataformas en las que cree. La libertad de expresión trasciende las fronteras. No es solo un principio legal; es la columna vertebral de cómo funcionan e interactúan las comunidades globales. Las comunidades construidas sobre la apertura no desaparecen cuando enfrentan presión. Se adaptan, se organizan y responden. Esa es la naturaleza de los movimientos verdaderamente descentralizados.